martes, 4 de abril de 2017

Biblioteca de luces

A María José, Tamara y demás maestras y maestros del colegio, y al personal de administración y servicios, en reconocimiento de su compromiso y ejercicio profesional, con motivo del 40º aniversario de creación del centro.

En el aula gigantesca, penumbrosa y fría, los niños oíamos enmudecidos el silbido de la flecha, antes de sentir el chasquido de la manzana atravesada por la saeta del cazador de Uri. El malvado gobernador Gessler pagará caro su felonía. La voz del maestro perfumaba de silencios la vieja escuela y llenaba la tarde de palabras estrenadas, cuando leía las escenas que iluminaban nuestra imaginación; aventuras que no volverían a ser como aquella primera vez y que desde entonces nunca olvidaríamos. La flor de leyendas se abría solo para nosotros en la casona: viajábamos con el forzudo Thor a la patria de los gigantes; encontrábamos el tesoro de los Nibelungos junto al héroe Sigfrido; subíamos con el valiente Duchmanta a la cumbre de oro para encontrar a la hermosa Sakuntala. Luego nos dejaba de la mano, orillados a las páginas apretadas; y en nuestra boca la vida brillaba en las primeras letras.

Una tarde con nombre el maestro nos propone fundar una biblioteca en la escuela. Elegimos a su presidente, su secretario, su tesorero, y Pedro, Juanín y José María trazan serios su primera rúbrica y rotulan con tinta china el libro de actas, el libro de cuentas y el registro de títulos. Los niños pondremos una peseta y cada primero de mes tendremos un libro nuevo. Desde ahora, el jueves es una fiesta; cuando se abre la biblioteca, José María recoge el dinero, Juanín apunta el libro que llevamos a casa y Pedro propone la lectura en alto.

Leímos entonces las historias escuchadas y otras nuevas. En aquella escuela de leche en polvo, enciclopedia Álvarez y salamandra escasa aparecieron los tres mosqueteros, Miguel Strogoff, el último mohicano, el corsario negro, Moby Dick y Robinson Crusoe. Nos visitaron escritores que nos hicieron viajar al centro de la tierra, buscar la isla del tesoro, ser capitanes intrépidos y ver el tigre en su bandera roja. Entre la tarima carcomida y el raso desconchado la biblioteca nos llenaba de luces que el maestro enhebraba libro a libro, engranando las voces y los hechos. Voces que sonarán ya siempre en nuestra infancia, secretaria y tesorera de los sueños.

Renglón de futuros: biblioteca de luces © Luis E. García-Riestra
Fotografía de Arturo García Fernández